El gusto por la elaboración artesanal del jabón y la utilización del aceite de oliva virgen como materia prima nace de una historia familiar. Desde niña vi cómo mis padres reciclaban en casa el aceite usado, que almacenaban cuidadosamente durante todo el año.

Elaborado por la Doctora Teresa García

Fotografía de jabones artesanales de AOVE y miel por la Doctora Teresa García

El inicio del proceso, el almacenaje, ya comenzaba con un ritual  muy cuidado y armónico. El aceite usado era colado y almacenado en distintas aceiteras dependiendo de su procedencia: en una, el aceite del pescado; en otra, el de la carne y en una tercera el siempre colorista aceite de la matanza,  con ese color y aroma tan característico.

Así, debidamente envasado, era trasladado hasta nuestro pueblo, Los Navalmorales, situado en las faldas de los Montes de Toledo cuya peculiar orografía y su clima mediterráneo continental (fríos inviernos y veranos secos y cálidos, muy cálidos) han propiciado el desarrollo de grandes llanuras (denominadas rañas por los lugareños) dedicadas al cultivo del olivo.

Una vez allí, la calle del Pino ha sido testigo durante años de las “tertulias” originadas alrededor de una lumbre que permitía la misteriosa transformación de esos aceites usados en auténticos cuadros de jabón (siempre grandes, generosos)  con un  aroma tan especial que ha quedado grabado para siempre en mi recuerdo.

La peculiar fragancia invadía el patio y adornaba el ambiente, los comentarios, las risas y las discusiones de los tertulianos. Aniceta, Flora, Juliana, junto a mis padres, formaban parte de una  escena que observaba con la ingenua y desinteresada mirada de un niño.

Las féminas, juntas o por separado, hablaban y argumentaban tratando de convencer a mi padre, sin éxito, de lo que “faltaba” o “sobraba” a la pócima para que aquello “cuajara”. Ante sus múltiples y dispersos consejos un contundente “al contrario” por su parte dejaba zanjada la discusión. Entre risas y siempre en clave de humor, se añadían tantos botes de agua ó aceite como ellas (las auténticas jaboneras) consideraran oportuno y por supuesto, haciendo caso omiso de  la contundencia de las palabras que el único actor de esta escena acababa de pronunciar, condenado desde entonces a mover parsimoniosamente el denso líquido a punto de ebullición.

Esa noche la mezcla, ya jabonosa, debía reposar. A la mañana siguiente, después del desayuno y de la mano de Flora, mi madre, había visita obligada para comprobar el estado de la obra.

Introducir el dedo en el barreño de zinc ó en la vieja lata donde se elaboraba, era la maniobra previa que permitía investigar si aquella masa necesitaba ¿más aceite?, ¿más sosa?, ¿más agua?. Como si de un aparato de alta precisión se tratara, aquella simple maniobra detectaba en unos pocos segundos la necesidad del elemento, y la justa dosis que aquella mezcla precisaba para alcanzar la fórmula que permitiera un jabón puro, de textura adecuada y con gran poder limpiador.

El enmoldado, sin pretensiones. Un gran cajón de tiras de madera, elaborado también artesanalmente, con unas bisagras en las esquinas que permitían la “liberación” del jabón una vez endurecido, daba forma a aquella pasta jabonosa. Con las huellas del paso del tiempo, aún se conserva en la calle del Caño esta obra del siempre habilidoso Eufemio, mi padre.

Llegamos al final del proceso. Una vez el jabón está en el molde y tras esperar las horas necesarias para su punto de secado (ni más, ni menos, las necesarias) se cortaba en trozos individuales al tamaño “exacto”. En otras palabras, que la palma de la mano fuera capaz de albergarlo.

Toda la escena se desarrolla en una unidad de tiempo concreta. No en cualquier momento del año puede uno realizar tan delicada labor. Eran los días previos a las Fiestas del Cristo de las Maravillas, patrón de nuestro pueblo, cuando el calor, a veces extremo, de los estíos manchegos permitían un respiro para afrontar la tarea.

Mi recuerdo del jabón se asocia a un ambiente festivo, de vacaciones escolares, de estreno de ropas y calzado, de acopio de rosquillas y mantecados que eran el preámbulo de los días más intensos vividos en el pueblo, las Fiestas del Cristo.

Estas escenas tan reales aún hoy para mí, junto con el recuerdo de los aromas que lo acompañan, me han acompañado durante años y han motivado y alimentado el deseo de dar continuidad a esta actividad.

Respetando el más puro estilo de elaboración artesanal, en la actualidad elaboro jabón con materias primas que  garanticen la calidad del producto.

El AOVE es el principal ingrediente y el que da la consistencia y untuosidad  al cuerpo del jabón. Otras sustancias, siempre de origen natural, le dan un “valor añadido” al mismo dependiendo del efecto buscado. A modo de ejemplo: el limón aporta propiedades blanqueadoras  y vitamina C; la avena,  la suavidad imprescindible para pieles irritadas; el aloe vera,  su gran capacidad de  regenerar los tejidos; las almendras son buenas aliadas en la hidratación y limpieza de la piel.