Los efectos beneficiosos para la salud  del aceite de oliva virgen extra (AOVE)  a través de la dieta están ampliamente documentados. Sin embargo los efectos que tiene sobre la piel, bien directamente ó bien como vehículo de higiene con la utilización de jabones naturales, no son tan conocidos por la mayoría de la población.

Por ello es interesante mencionar, siquiera someramente, una breve historia del jabón.

Muchos documentos históricos permiten estudiar el origen y la evolución que ha experimentado el jabón, así como la importancia que ha tenido en la higiene y  en la salud de las poblaciones a lo largo de la historia de la humanidad.

Puede sorprendernos saber que se han encontrado tarros de arcilla de origen babilónico (alrededor de 2800 a. de C.) cuyas inscripciones describían ya la mezcla de grasas hervidas con cenizas que, con toda probabilidad, indican la utilización de este preparado (aún no se llamaba jabón) como agente limpiador.

Fenicios, egipcios, germanos y celtas, a lo largo de la historia de las civilizaciones, han legado distintas fórmulas artesanales a base de grasas, plantas y arcillas que han ido contribuyendo al concepto de jabón tal y como lo conocemos hoy.

Galeno de Pérgamo, médico romano (129 – 200 d. de C.), fue el primero en aportar información sobre el empleo del jabón como medio curativo, ya que observó que la higiene personal y el lavado de las ropas tenían un efecto beneficioso en las enfermedades de la piel.

Algunos textos históricos documentan que la primera jabonería se establece en el mundo árabe y que es introducida en Europa a través de Al–Ándalus a finales del siglo X, siendo Sevilla  la ciudad elegida para la implantación de la “Almona”  que fue la primera gran industria jabonera en la península Ibérica.

La elección de la ciudad de Sevilla no fue casual. El valle del Guadalquivir, con sus marismas y grandes extensiones de olivares, fue un lugar ideal para la obtención de las materias primas necesarias para la fabricación de jabón. En las marismas del Guadalquivir abunda el “Almajo”, arbusto adaptado a suelos muy salinos y que, procesado adecuadamente, produce un tipo de potasa natural capaz de producir jabón.

Esta incipiente industria jabonera prosperará sobre todo en el área mediterránea (España e Italia) favorecida por un clima óptimo para el cultivo del olivo.

El hoy conocido como “jabón de Castilla” parece tener su origen en el Reino de Castilla, uno de los reinos que formaban  la Península Ibérica durante la Edad Media.

En contraposición a los métodos de producción de jabón en otras latitudes (sobre todo países del norte de Europa), en los que se usaban grasas ó sebos  de origen animal, en la zona de Castilla, favorecido por la abundancia de olivos, se comenzó a producir un jabón cuya cosmética y propiedades  eran ya entonces percibidas como de una calidad muy superior.

Tras la unificación de España en el siglo XVI, la corona española comenzó a intervenir de forma directa en su distribución y control, llegando a autorizar a través del Consejo de Indias, la exportación del jabón de Castilla al nuevo continente. Una prueba irrefutable de la excepcional calidad achacada a este jabón.

El jabón de Castilla se convirtió así en un producto muy deseado, no sólo por sus beneficios en la piel, sino también porque el mundo de la medicina descubrió sus valores curativos. Los boticarios de la época lo manejaron bajo el nombre de “sapo hispaniensis” ó “sapo castilliensis”.

Los descubrimientos científicos y el desarrollo energético, así como su aplicación en el mundo industrial, permiten que el jabón se transforme en una industria cada vez más importante. Es en el siglo XIX (1823) cuando Eugéne Chevreul demuestra que las grasas están formadas por la combinación de glicerol y ácidos grasos y  explica químicamente la reacción de saponificación descubierta, tal y como hemos visto, desde la antigüedad.

Con la llegada de las grandes guerras del siglo XX las materias primas principales comenzaron a escasear (grasas tanto de origen animal como vegetal). Este  momento histórico fue aprovechado por la industria (también en pleno desarrollo) para sustituir estos compuestos naturales por agentes químicos fáciles de obtener y producir, también fáciles de usar, que aportaron gran rentabilidad y gran aceptación por parte de los usuarios. Asistimos así al emergente mercado de los detergentes sintéticos y al abandono paulatino de las fórmulas artesanales en la fabricación de jabón (años 40-50 del s. XX).

Posteriormente, el conocimiento científico de los problemas ocasionados por el vertido de las sustancias de deshecho de estos detergentes y las espumas que producen, así como el impacto negativo que tienen en el medio ambiente (toxicidad del agua y por tanto en la agricultura, contaminación de la vida acuática, etc.), ha empujado a que las Administraciones tomen mayor conciencia del problema, regulando el uso y el abuso de muchas  de estas sustancias que son nocivas para la salud.

Elaborado por la Doctora Teresa García

Fotografía de jabones artesanales de AOVE y limón por la Doctora Teresa García